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Reseña Concierto Bill Callahan. Teatro Apolo. Madrid

Un escenario vacío donde la sola presencia de una dama y su guitarra se presentan como aperitivo para lo que se nos venía encima....

Lleno hasta la barrera, el Apolo de Madrid, congregó a los fans de Bill Callahan. Un público con un estilo completamente definido tanto en gustos musicales como estéticos que, en su mayoría, sobrepasaba la treintena.

 

 

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Un escenario vacío donde la sola presencia de una dama y su guitarra se presentan como aperitivo para lo que se nos venía encima. Circuit de Jeux, una solista francófona que valiéndose de seis cuerdas y un pedal sintetizador deleitó a los que llegaron pronto al Teatro Apolo de Madrid el pasado lunes 24 de Febrero. Un melodía dulce y amable combinada con un desgarro psicodélico y contundente.

Lleno hasta la barrera, el Apolo de Madrid, congregó a los fans de Bill Callahan. Un público con un estilo completamente definido tanto en gustos musicales como estéticos que, en su mayoría, sobrepasaba la treintena.

Y no es de extrañar, ya que la voz de barítono del americano inundó la sala rebotando así como cada rincón de los allí presentes. Ofreció un concierto íntimo y tierno, poco más que mágico. Las tablas se notaron, pero no fue sólo eso lo que gustó. Con un elenco de músicos de acompañamiento excelente las canciones iban tomando forma y sentido enmarcadas en un dulce mecer. Destacó la participación del guitarra solista, Ben Kinsey, con arpegios vertiginosos e imposibles, así como la percusión y el acompañamiento del bajo.

 

Aunque presentaba su último disco, Dream River, el anteriormente conocido como Smog tuvo piedad de sus fans y creó un recital de canciones de ayer y hoy, como por ejemplo, ‘’Dress sexy at my funeral’’. El público enfervorecido rompía en aplausos en cada interludio y no es para menos ya que a medida que la actuación avanzada las canciones se iban alargando. Finales interminables que nos permitieron estar dentro de cada tema un poco más, prolongando el placer y la emoción a partes iguales.

Y así, tras dos horas impecables el artista se despidió y aunque el público mantuvo la ovación durante varios minutos no reapareció. Eso sólo lo pueden hacer los grandes.

 

Un concierto que no dejó indiferente a nadie, donde el arte se hizo música y las retinas tarjetas de memoria. Si alguna vez podéis ver un concierto del Bill Callahan dudarlo es casi delito.

 

Texto Danny Mellöw
Fotografía Dirk Skiba
26-02-2014
Conciertos, Música